Funcionario diplomáticos del gobierno de Trump se enfrentaron a los chinos y ayudaron a escapar a esposa de disidente

EXCLUSIVA DE AP

Encerrada en una celda de Bangkok y con una orden de deportación pesando sobre su cabeza, Chen Guiqiu aguardaba ansiosamente ver qué pasaba con ella, y temía lo peor. Un funcionario del servicio de inmigración le mostró un vídeo de la entrada de la cárcel, donde había más de una docena de agentes de seguridad chinos esperando.

En cuestión de minutos, pensó Chen, ella y sus dos hijas serían devueltas a China, donde su esposo, el prominente abogado defensor de los derechos humanos Xie Yang, estaba preso acusado de incitar a la subversión y donde seguramente sería castigada por intentar irse del país.

Había pasado semanas escapando y estaba exhausta. Pensaba que su suerte se había acabado. Apelando a su fe cristiana, rezó: “No nos abandones ahora, no de esta manera”.

Sus plegarias fueron escuchadas.

Funcionarios de la embajada de Estados Unidos llegaron al lugar y sacaron a Chen y a sus hijas sin que los agentes chinos se diesen cuenta. Cuando se percataron, los persiguieron y los alcanzaron en el aeropuerto, donde se vivieron momentos de gran tensión entre funcionarios chinos, tailandeses y estadounidenses, que discutían quién se quedaría con la custodia de la familia.

Chen y sus simpatizantes revelaron a la Associated Press, por primera vez, detalles de la fuga de su familia, ocurrida en marzo.

La saga demuestra que, al menos en algunos casos, los funcionarios estadounidenses están dispuestos a plantarse firme a pesar del cordial encuentro que tuvieron los presidentes de Estados Unidos Donald Trump y de China Xi Jinping en la Florida el mes pasado. El gobierno de Trump ha sido criticado por no dar demasiada importancia a los derechos humanos en su política exterior, pero tal vez consideró que este era un caso especial, en parte porque una de las hijas de Chen, de cuatro años, es estadounidense.

La saga comenzó el 9 de julio del 2015, cuando el gobierno chino lanzó una campaña contra abogados defensores de los derechos humanos. El esposo de Chen, Xie, fue uno de decenas de abogados detenidos y acusados de delitos contra el estado.

En enero Chen ayudó a publicitar un relato de su marido denunciando que había sido golpeado, no se le permitía dormir y de otras torturas. La policía citó a Chen para interrogatorios de horas en los que, según dijo, la amenazaban con desalojarla de su casa, impedirle que sus hijas vayan a la escuela y despedirla de su trabajo como profesora universitaria.

Chen contactó a Bob Fu, un activista cristiano de Texas que aboga por los derechos humanos y quien estuvo involucrado en varios casos sonados de disidentes que intentan escapar de China.

En la mañana del 19 de febrero le dijo a sus hijas: “Nos vamos de viaje”.

Se encaminaron hacia el sur desde su provincia en el centro de China y cruzaron al menos dos países sin tener los documentos en orden. Hubo noches, aseguró, en las que no tuvieron dónde dormir y días en los que lo único que comieron fueron unos chocolates.

Al cabo de cinco días llegaron a una casa teóricamente segura en Bangkok. De algún modo, las autoridades chinas se enteraron de que podrían estar en Tailandia y obligaron a familiares de la mujer a viajar con ellos a Bangkok para tratar de localizarla.

El 2 de marzo la policía tailandesa irrumpió en la casa y detuvo a la familia. Al día siguiente, un juez del servicio de inmigración ordenó la deportación de Chen.

En Texas, mientras tanto, Fu alertó al Departamento de Estado y a conocidos en Tailandia, que rápidamente la ubicaron.

Según Fu, los funcionarios estadounidenses llegaron a la cárcel el 3 de marzo y dieron con las hijas de Chen y luego con ella. Convencieron a los funcionarios tailandeses de que les permitiesen sacarlas a escondidas, de acuerdo con Fu y otra persona al tanto de la operación, que pidió no ser identificada porque no estaba autorizada a dar información.

En el aeropuerto las autoridades de inmigración se vieron en el medio de una tensa disputa entre funcionarios chinos, estadounidenses y tailandeses, que casi llega a los puños.

Chen y Fu se niegan a revelar lo que sucedió después, aduciendo que no quieren entorpecer las relaciones diplomáticas de los países. Solo confirman que la familia llegó a Estados Unidos el 17 de marzo.

Las autoridades chinas no respondieron a pedidos de comentarios enviados por fax. Las autoridades de Estados Unidos y Tailandia también se abstuvieron de hablar del tema.

No es común que los funcionarios estadounidenses se planten con tanta firmeza para ayudar a ciudadanos chinos, según activistas del campo de los derechos humanos. Un factor que puede haber incidido es el hecho de que la hija menor de Chen nació en Estados Unidos, cuando Xie estudiaba en ese país, y tiene ciudadanía estadounidense.

A salvo ahora en Texas, Chen dice que quiere agradecerle al Departamento de Estado y al gobierno de Trump. Pero su alegría tropieza con el dolor de saber que su esposo fue juzgado en China el lunes y se esperaba un fallo pronto. Un ex abogado de Xie que ayudó a transmitir su denuncia de que estaba siendo torturado fue detenido la semana pasada. Y Chen dice que las autoridades han interrogado repetidamente a sus familiares y les han sacado sus pasaportes.

Por ahora, Chen y sus hijas viven de la caridad de la gente. Y la mujer se siente feliz de poder decir lo que quiera.

“Escapé del país, ya no tienen control de la situación”, expresó. “¿Qué me pueden hacer ahora?”.

Exclusiva de AP

8 de Mayo 2017